Lo que más le maravilló a Marisa al llegar a Mozambique fueron “los niños de allí”. Maestra ya jubilada con muchas horas lectivas a sus espaldas, Marisa había tenido ocasión de dar clase a muchos “niños de aquí” de edades muy diferentes, pero todos con un mismo denominador en común: “la necesidad de estar pendientes de ellos para motivarles a trabajar y a comportarse bien”.
Por eso, cuando Marisa llegó a Mozambique y conoció a “los niños de allí” no pudo menos que enamorarse de ellos, casi, casi le entraron ganas de echarse a llorar al comprobar lo dóciles, gentiles, trabajadores y serviciales que eran sin necesidad de mediar palabra con ellos.
Sí, Marisa adora a los niños. Primero fueron los de sus clases, más tarde sus hijos y ahora sus nietos le colman de alegrías. Y por un “niño” muy especial Marisa decidió un día hace ya tres años subirse a un avión y viajar a Mozambique. Ese “niño” es su hijo Carlos. Es cierto, nos contaba, que como madre tener a un hijo tan lejos a veces te entristece porque te gustaría poder verle y abrazarle más a menudo. Pero el motivo de su marcha es algo que, como madre, también le colma de orgullo y satisfacción. Carlos, su hijo, viajó hasta África con el deseo de mejorar la calidad de vida de “los niños de allí”. Comenzaron en el año 2008 con 7 niños huérfanos y a día de hoy ya tutelan, alimentan, facilitan su educación y se ocupan del estado de salud de 70.
Para que eso haya sido posible, han tenido que trabajar mucho. Nada que merezca la pena nos viene regalado. Hoy disponen de “El hogar”, un terreno que en su día estaba anegado y hoy sostiene cuatro casas con un cenador donde acoger a estos 70 niños. Niños que, si tienen suerte irán calzados y no dudarán en descalzarse para utilizar sus chanclas a modo de balón para poder jugar con ellas, niños que si encuentran un neumático con el que poder jugar gritarán entusiasmados y se sentirán afortunados…Pero niños también que reciben el cariño de los voluntarios de la Fundación Emiliani y se benefician de los talleres que organizan: panadería, electricidad, carpintería, soldadura y corte y confección.
Precisamente en esos talleres de corte y confección realizan cosas tan bonitas como éstas:
El pequeño monedero me lo ha regalado Marisa y ya lo tengo metido en mi bolso porque son de esos pequeños detalles que llegan y se agradecen por dos cosas: por la persona de la que proviene y por la persona que lo ha hecho. Detalles que apenas tienen valor material pero mucho valor sentimental…
Y sentimiento es lo que esta mañana Marisa ha llevado a las aulas de 4º de Primaria y de 5 años del CEIP Gonzalo Fernández de Córdoba. Un colegio por el que siente un gran aprecio pues su hija María da clases allí. Concretamente a los alumnos de 5 años que este años se convertirán en escritores solidarios junto a sus compañeros de 4º.
María ya había escrito con nosotros colaborando con la Fundación Menudos Corazones pero este año, al confirmarme su participación, me escribió un email:
Te cuento… Tengo un hermano que es misionero en Mozambique y pienso… ¿con quién mejor poder colaborar con él y su causa? Lo tengo claro.
Y dicho y hecho. Y por eso, a la hora de pensar en alguien que pudiera acercarse al colegio a realizar la visita de sensibilización, fue el Padre Francisco el que se tomó la libertad de proponer a Marisa como abanderada para dicha misión.
Gracias a María por pensar en la labor de su hermano Carlos, gracias Padre Francisco por pensar en Marisa, gracias Marisa por venir esta mañana a visitar a “los niños de aquí”, gracias “niños de aquí” por escribir cuentos para “los niños de allí” y gracias a “los niños de allí” por recordarnos que para ser gentil, trabajador y servicial no hace falta “tener” mucho…solo es necesario quererlo “ser”.